A alguien, no sé a quién, he oído decir que el tiempo es un estafador gordo y calvo. Es una imagen que no se me va de la cabeza, un señor de dichas características, quizá con una barba blanca y canosa que juega con el reloj por el que se rigen nuestras vidas; que gusta de hacer que mis noches de sueño sean un suspiro, y mis noches en vela se conviertan en eternas, haciendo que mis ideas se enconen en la soledad del insomne.
Me imagino al maldito viejo, con una bata blanca sobre su camisa de cuadros rojos, con los botones a punto de perder su nexo de unión con la prenda por la tirantez de la panza. Es fácil verle riéndose, mezquino, mientras mira al mundo y juega con la manivela que sólo va hacia delante... aumenta su velocidad cuando prefiero que vaya más lento. El Señor Tiempo es un cabrón, no tiene otro nombre. El Señor Tiempo me está robando, a mí, a ti y a todos. Es un desgraciado que sabe hacer que las horas sean minutos cuando estamos con quien queremos, que los buenos momentos, sean tan fugaces que ni siquiera nos dé tiempo a darnos cuenta de lo buenos que son.
El Señor Tiempo sigue siendo un ladrón. Te roba los buenos momentos, y también su recuerdo. Aquella tarde que tan bien lo pasaste, ha quedado desdibujada, ni siquiera recuerdas quiénes estabais allí. La noche de hace un par de años, cuando llegaste a casa según amanecía... solo es una entrada más en tu diario, no sabes qué hiciste, no recuerdas las caras, los besos ni las caricias.
Además de eso, es un sádico. Disfruta haciéndote sufrir. Sabe que necesitas hacer algo, y gira la manivela más aprisa, para que no llegues a entregarlo en el plazo. Sabe que te aburres, que esperas con impaciencia el momento que, en "unos minutos" llegará... y todo lo detiene.
Ese viejo... creo que es su soledad, la soledad que da el poder absoluto, su única, fiel y peor compañera.
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