Tengo los ojos pegados de sueño, y parte de la cara hinchada. Es lo malo de fumar todo lo que fumo, que la circulación se acaba resintiendo.
Nos ha tocado salir a las ocho y cuarto de casa, mi madre tiene que trabajar y yo tengo que volver al médico, ese ser que se cree que sabe mucho, y no tiene ni zorra idea de qué pasa en mi sistema inmunitario. La misma idea que tiene él, la tengo yo: ninguna.
Hemos subido al coche, siguiendo un rastro de gotitas de gasoil que algún averiado ha ido dejando por la carretera. En la radio dicen que un pequeño comando estadounidense ha atacado la vivienda de Bin Laden, matándole. La niebla, conforme los kilómetros son devorados por el "cuatrocientoseis", se va cerrando mientras nos absorbe.
No sé porqué, pero me he horrorizado al escucharlo. Sé que era un terrorista, que era el causante de las muertes de miles de personas. Pero... ¿y el derecho a un juicio? Hubiera acabado muerto de todas formas, silla eléctrica, inyección o gaseado, pero aún así... estos americanos tienen una mentalidad un tanto maquiavélica, ¿el fin justifica los medios? ¿es lícito hacer así las cosas? y el honor y toda esa mierda... ¿para quién?
Ni un rayo de luz se cuela entre la espesa capa de niebla que cubre la carretera. Adaja parte acá es un algodón, un algodón que me desorienta, no sé ni por qué curva de la carretera (esa carretera que llevo 20 años recorriendo casi a diario) me llego. Quizá me desorienta del mismo modo que la noticia del asesinato del terrorista más buscado del mundo.
No sé,... todo esto me quita las ganas. La niebla absorbe todo, la luz, el eco, y mis ganas de moverme. Todo lo que tengo que hacer hoy da vueltas en mi cabeza, mientras seguimos carretera alante.
Hoy NO va a ser un día productivo.
¡Bienvenidos!
En este blog encontraréis desde sonetos hasta recetas. No esperéis encontrar una lógica en el orden de publicación de las entradas, porque no existe: este espacio está pensado para mantener la cordura entre hora de estudio y hora de estudio. Procuraré mantener las categorías bien definidas, por si venís buscando algo en concreto; no puedo prometer nada más.
Espero que el vistazo se os haga agradable.
Inés.
lunes, 2 de mayo de 2011
domingo, 1 de mayo de 2011
El dedo en los labios
¿Habéis intentado alguna vez hinchar una botella de plástico soplando?
Así se sentía. Todos los argumentos que iba a soltar en contra de lo que acababa de oír, habían comenzado a agolparse en su garganta, en su boca y en sus pulmones. El aire del interior de su cuerpo comenzaba a hacerse incandescente, quemando cada célula de su aparato respiratorio. Y no podía soltarlo.
La presión de las palabras no dichas amenazaba con hacer estallar su cabeza. Su estómago, su corazón y sus intestinos estaban comprobando el daño que puede hacer algo tan simple, tan aparentemente inocuo como es el aire retenido, el silencio forzoso. No podía compartir sus ideas, había sido reducida a un simple objeto, como mucho a un animal entretenido en aquel cuarto. Al no poder soltar aire, no podía tomar oxígeno. La sangre comenzaba a agolparse en sus sienes, detrás de sus párpados; aumentando la presión hasta que sus arterias gritaban como descosidas por tal sufrimiento. Su corazón chirriaba de impotencia al no poder bobear oxígeno a los músculos, ni al cerebro. Su hígado fue desplazado hacia abajo, a cuenta de la hinchazón masiva de sus pulmones. Y todo aquello dolía.
Entonces, en un segundo, notó la liberación. Sus ojos salieron disparados de las órbitas, sus sesos salieron, líquidos, por sus oídos. Había muerto.
Y todo aquello, porque alguien le hizo callar con un dedo en los labios.
Así se sentía. Todos los argumentos que iba a soltar en contra de lo que acababa de oír, habían comenzado a agolparse en su garganta, en su boca y en sus pulmones. El aire del interior de su cuerpo comenzaba a hacerse incandescente, quemando cada célula de su aparato respiratorio. Y no podía soltarlo.
La presión de las palabras no dichas amenazaba con hacer estallar su cabeza. Su estómago, su corazón y sus intestinos estaban comprobando el daño que puede hacer algo tan simple, tan aparentemente inocuo como es el aire retenido, el silencio forzoso. No podía compartir sus ideas, había sido reducida a un simple objeto, como mucho a un animal entretenido en aquel cuarto. Al no poder soltar aire, no podía tomar oxígeno. La sangre comenzaba a agolparse en sus sienes, detrás de sus párpados; aumentando la presión hasta que sus arterias gritaban como descosidas por tal sufrimiento. Su corazón chirriaba de impotencia al no poder bobear oxígeno a los músculos, ni al cerebro. Su hígado fue desplazado hacia abajo, a cuenta de la hinchazón masiva de sus pulmones. Y todo aquello dolía.
Entonces, en un segundo, notó la liberación. Sus ojos salieron disparados de las órbitas, sus sesos salieron, líquidos, por sus oídos. Había muerto.
Y todo aquello, porque alguien le hizo callar con un dedo en los labios.
Y esto va de...
Mis textos,
prosa
Sueño
Sé que estoy en la cama, rodeada de cojines rojos y azules que combinan con la bandera que tengo en el cabecero. Me he despertado en medio de un sueño, cosa que odio, porque me han cortado mi fantasía a la mitad... qué asco.
Enciendo el portátil, y, mientras carga, me enciendo un pitillo. Toso, como fumadora empedernida. Me gustaba el sueño. Estaba en un trastero, un trastero rarísimo; con un montón de armarios de un color beige que llegaban hasta el techo, y una moqueta naranja chillona de pelo largo, como las alfombras que venden para los baños en cualquier tienda de chinos. Creo que Mery me había mandado recoger algo de allí... porque sé que lo que allí había, al menos en parte, era suyo.
Me había llevado un amigo. Un gran amigo, al que hace meses que no veo, y que tengo muchísimas ganas de ver. Rebuscábamos en un armario y había mojito de Bacardí (no es coña), Cardhú, Baileys, y otras botellas, todas de alcohol pero de las que no recuerdo la marca. Cogíamos una botella, de una bebida dulzona, y nos sentábamos en una cama, con un edredón naranja chillón. La moqueta ahora era granate. Bebíamos, y jugábamos a las cartas, una mezcla de brisca y mus.
Y, de pronto, oíamos pasos. El chaval se acojonaba y se metía en el armario de las botellas, y yo me quedaba fuera. Y, bordeando un armario, aparecieron dos, tres, quizá cinco personas... o algo así. Eran algo más bajitos que yo, estilizados, con unos ojos enormes. Entre ellos (de los que ya apenas recuerdo la imagen) estaba una "chica" morena, pálida de piel, con los ojos negros ocupándole media cara. Llevaba una falda de cuadros rojos, y algo negro. No lo recuerdo bien.
Doy una calada al pitillo y sigo recordando.
Era un poco agresiva. Más bien, amenazante. Se acercó a mí y me preguntó un ¿qué haces aquí? que destilaba veneno. Yo, calmada, la respondí, quería coger unas sábanas (aah! eran sábanas!) de mi amiga Mery. La medio chica medio gnomo se reía. Me dijo que cogiera lo que necesitase, y, que si quería un ordenador, me lo vendía por un euro. Yo sonreí, feliz por la oportunidad; y entonces mi padre ha irrumpido en mi cuarto, despertándome.
¿No es extraño?
Enciendo el portátil, y, mientras carga, me enciendo un pitillo. Toso, como fumadora empedernida. Me gustaba el sueño. Estaba en un trastero, un trastero rarísimo; con un montón de armarios de un color beige que llegaban hasta el techo, y una moqueta naranja chillona de pelo largo, como las alfombras que venden para los baños en cualquier tienda de chinos. Creo que Mery me había mandado recoger algo de allí... porque sé que lo que allí había, al menos en parte, era suyo.
Me había llevado un amigo. Un gran amigo, al que hace meses que no veo, y que tengo muchísimas ganas de ver. Rebuscábamos en un armario y había mojito de Bacardí (no es coña), Cardhú, Baileys, y otras botellas, todas de alcohol pero de las que no recuerdo la marca. Cogíamos una botella, de una bebida dulzona, y nos sentábamos en una cama, con un edredón naranja chillón. La moqueta ahora era granate. Bebíamos, y jugábamos a las cartas, una mezcla de brisca y mus.
Y, de pronto, oíamos pasos. El chaval se acojonaba y se metía en el armario de las botellas, y yo me quedaba fuera. Y, bordeando un armario, aparecieron dos, tres, quizá cinco personas... o algo así. Eran algo más bajitos que yo, estilizados, con unos ojos enormes. Entre ellos (de los que ya apenas recuerdo la imagen) estaba una "chica" morena, pálida de piel, con los ojos negros ocupándole media cara. Llevaba una falda de cuadros rojos, y algo negro. No lo recuerdo bien.
Doy una calada al pitillo y sigo recordando.
Era un poco agresiva. Más bien, amenazante. Se acercó a mí y me preguntó un ¿qué haces aquí? que destilaba veneno. Yo, calmada, la respondí, quería coger unas sábanas (aah! eran sábanas!) de mi amiga Mery. La medio chica medio gnomo se reía. Me dijo que cogiera lo que necesitase, y, que si quería un ordenador, me lo vendía por un euro. Yo sonreí, feliz por la oportunidad; y entonces mi padre ha irrumpido en mi cuarto, despertándome.
¿No es extraño?
Y esto va de...
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prosa
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