El jueves por la mañana, según llegué a la facultad, me enteré de una noticia bastante dura. Un autobús escolar había volcado, muriendo en tal accidente una chica de dieciséis años y resultando además otras siete personas heridas. La causa, según dicen, demasiada velocidad por parte del conductor.
El accidente fue en Villanueva del Aceral. No sé qué tendrá ese pueblo, pero el año pasado murió un profesor, y y hace casi diez años, atropellaron a una chica. Pero a lo que importa.
De mis años yendo en transporte escolar al colegio, no ha habido más de diez días en total en los que fuéramos en un autobús medianamente nuevo. Goteras, las tapas del techo y del suelo que se levantaban al acelerar, puertas que se abrían en las curvas... en una ocasión, al torcer, se volcaron dos asientos lanzando por el aire a un chaval contra los asientos de enfrente; y, en otra, explotó literalmente la radio. Y de esto no hace tanto tiempo. Que yo sepa, no han cambiado el autobús.
Me parece algo vergonzoso lo que ha ocurrido. No le echo la culpa al conductor, porque no he estado, pero el estado de algunos de los autobuses escolares que hacían la ruta hacia Arévalo era lamentable... y peligroso. Lo raro es que no haya pasado nada hasta hoy, dada la forma de conducir que tienen los empleados de las compañías de transporte, el estado de los autobuses y demás...
¿Cuándo se va a vigilar el transporte de chavales como se vigila el de mercancías? ¿Cuándo va a cobrar la misma importancia el transporte escolar que el transporte de pasajeros que pagan su billete?
No sé, aún estoy traumatizada por el tema.
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